diumenge, 30 d’octubre del 2011


Reeditado desde Palabras de vida. ABRIL 2008.
  
   Si te quejas de que nadie te saluda, probablemente tampoco sabes saludar a los demás. Si todos te ven feo, quizá no te has dado cuenta de que vives con cara de pocos amigos.
Si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. (Fil. 4:8).

Te invito a que hagas un pequeño experimento: camina por la calle sonriendo a la gente y verás que todos te sonreirán a ti, bueno, a veces no todos. Las actitudes que tomamos repercuten sobre nosotros mismos.
Si le das patadas al perro, no esperes que deje de ladrarte cada vez que llegues.
Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la Ley y los Profetas. (Mt. 7:12)

Lo que dices recibes.
 Si el hombre quiere que su esposa le ame y le atienda, él también tiene que atenderla a ella. Si quiere que sea amorosa, entonces más vale que no llegue ladrando como un perro rabioso, lanzando gruñidos sin ton ni son. Tenemos que ser reflejo de lo que queremos recibir de los demás.
¿Cuál es tu actitud hacia Dios?
  Esto determina la actitud que Dios va a tener hacia ti. Prov. 8:17 dice: yo amo a los que me aman. Podemos hacernos la siguiente pregunta: Si no vas a la casa de Dios, ¿por qué ha de  ir Dios a tu casa?. Si tú no escuchas a Dios y obedeces sus mandamientos, ¿por qué habría Él de escucharte y hacer caso a tus peticiones?. Si no le das tus diezmos a Dios, ¿por qué ha de bendecirte?.
La actitud con que queremos que Dios nos trate, también hay que mostrarla hacia Él, empezando por la gratitud. Fil. 4:6 nos dice, Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios con toda oración y ruego con acción de gracias.
La gratitud abre las puertas a los milagros de Dios. Puedo asegurarte que cuando Jonás estaba dentro de un pez, no se sentía en clase Premier.
Había estado rogando que el Señor lo sacara de ahí y nada sucedía, pero en el verso nueve del capítulo dos dice: Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificio.

En cuanto empezó a dar gracias a Dios, ese bicho gigante dio la vuelta y se dirigió a la orilla del mar para vomitar a Jonás.
Jesús dio gracias.
 Vemos a Jesús en medio del campo, frente a una multitud de personas hambrientas. Él no tenía más que dos peces y unos cuantos trozos de pan. Como cristiano trato de ponerme en su lugar y francamente, el cuadro es aterrador.
Es asombroso lo fácil que resulta capotear al toro desde las gradas. Sin embargo Jesús supo precisamente qué hacer: tomó el pan, y habiendo dado gracias… ¡gratitud al Señor! ¡Entonces fue cuando Dios hizo el milagro!.
Cuando resucitó a Lázaro después de cuatro días tras su muerte, estando ya en estado de descomposición, Jesús elevó los ojos a lo alto y dijo: Padre, te doy gracias. ¿Gracias? ¡Por qué, si estaba muerto! ¡Había empezado ya a descomponerse! Y habiendo dicho esto clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! En medio de nuestras  peores circunstancias tenemos que empezar a dar gracias a Dios.
Muchas veces estamos tan mimados que no sabemos agradecer las cosas sencillas que disfrutamos cada día.
Una pareja solicitó que orara por su hijita que estaba en el hospital. Había estado enferma toda su vida y nunca se recuperaría de su condición de parálisis, ellos solamente querían que orara por una bendición. Al ver aquella criatura se me hundió el alma hasta los pies. Estaba consumida hasta los huesos y tenía llagas en la espalda por estar confinada a la cama tanto tiempo. Cuando salí de la habitación los padres estaban muy agradecidos, lo único a lo que podían aspirar era a una leve mejoría para que la niña no sufriera tanto. Me subí a mi coche y lloré delante de Dios.
Tuve que darle gracias por la salud de mis hijos y el hecho de que nunca había tenido que verlos sufrir en un hospital de esa manera.
Si tú eres una de esas personas que dicen no tener nada de qué darle gracias a Dios, te invito que vayas a un hospital y veas a las personas conectadas a los aparatos de vida artificial para que sientas gratitud por tu capacidad de disfrutar del aire que respiras.

Que veas a aquellos que por algún accidente han perdido la vista y nunca jamás volverán a ver el rostro de sus hijos o la puesta del sol. Te aseguro que sentirás gratitud por el don de la vida.
Te invito a visitar a alguna persona que ha perdido una de sus extremidades para que puedas darle gracias por tu capacidad de desplazarte y extender los brazos para estrechar a tus seres amados. ¡Hay tanto que agradecerle a Dios!.
Si fueras a un hospital infantil y contemplaras la angustia de un padre que llora por un bebé que está en agonía, seguramente te inundaría un alivio y una inmensa gratitud hacia Dios por tus hijos.
Tu actitud es contagiosa.
  Es como cualquier virus, ¡se pega!
Pablo fue apedreado, golpeado, dejado por muerto, sufrió naufragio, le picaron víboras venenosas, fue criticado, perseguido, aprisionado y abandonado.
¿Pero cuál fue su actitud? Antes en todas estas cosas, estas leves tribulaciones momentáneas producen en mí cada vez más un excelente y eterno peso de gloria.

Tenemos que tener una actitud contagiosa, ser personas maduras que enfrentan la vida con dignidad en vez de echarnos al suelo pataleando. Aprender de los golpes y ser un ejemplo que valga la pena seguir.


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